Tenemos la máscara

Poco a poco, la actividad en mi barrio se ha reactivado; porque parar, o trabajar desde casa, son lujos que la mayoría de los bogotanos no pueden darse. Cuando salgo, la calle parece normal; lo único raro es que todos tienen tapabocas. Y yo también, claro.

La primera vez que volví a la plaza de mercado, dentro de la cuarentena, no me dejaron entrar porque no tenía tapabocas. Así que fui a comprarlo, escogí uno con forma de coca, completamente negro. Cuando ingresé a la plaza, confirmé que todos tenían tapabocas; pero, absurdamente, la mitad lo usaba en la barbilla para preguntar precios y regatear mejor. Después de usar cuatro o cinco veces aquel tapabocas, lo cambié por uno quirúrgico, blanco, normal. Es el más barato y en internet leí que es muy efectivo, es la mejor opción después del N95 (denominado así, porque supuestamente, filtra el 95% de las partículas que se encuentran en el aire). También leí, que el tapabocas es para quien está enfermo, para evitar que contagie a los demás. Es decir, su función no es tanto filtrar de afuera hacia adentro; sino bloquear de dentro hacia fuera. Lo que está bajo el tapabocas debe permanecer ahí. Lo oculto que quede oculto.

En mi barrio la gente se ha vuelto loca con los tapabocas que vienen estampados con emojis, monstruos, flores, aliens, mandalas, escudos de equipos de futbol y Frida Kahlo (hay muchas Frida Kahlo). Los estampados de labios carnosos y húmedos, de flores y Kahlo son para chicas y los estampados con fauces y sonrisas diabólicas son para chicos. Un día, un empleado me atendió con sonrisa de tiburón. No sé si se daba cuenta de lo que significaba tener semejante tapabocas al otro lado del mostrador; inevitablemente, me sentí como un pececito haciendo negocios con un depredador. Sin embargo, fue muy amable y por eso le pregunté si podía tomarle una foto. En la imagen congelada, sus ojos quedaron como entrecerrados, así que sospecho que sonreía dulcemente bajo aquel tapabocas, que a la vez sonreía amenazante.

Hace poco, vi un meme donde comparaban tapabocas en Estados Unidos, Francia, China y Colombia. Los de Colombia se ven ridículos, como en carnaval. Pero ¿porqué estamos tan felices usando tapabocas como si fueran disfraces? No creo que nos pongamos un tapabocas con colmillos afilados para asustar al virus (aunque, puede ser para asustar al vecino, para parecer fiero en la emergencia; los colombianos sacamos los dientes cuando tenemos miedo, es decir, siempre), ni para hacer (una vez más) una fiesta de la crisis (eso no me parece del todo mal). No creo que los usemos, únicamente, por nuestro desenfado y sentido del humor.

Sospecho que nos gusta disfrazarnos, porque, incapaces de reconocernos, la máscara nos da la posibilidad de ser, así sea momentáneamente.

Octavio Paz escribió lo siguiente sobre el mestizo en la Nueva España (México en la época colonial): “Los mestizos duplicaban la ambigüedad criolla: no eran ni criollos ni indios. Rechazados por ambos grupos, no tenían lugar ni en la estructura social ni en el orden moral. Frente a las dos morales tradicionales –la hispana fundada en la honra y la india fundada en el carácter sacrosanto de la familia- el mestizo era la imagen viva de la ilegitimidad. Del sentimiento de ilegitimidad brotaban su inseguridad, su perpetua inestabilidad, su ir y venir de un extremo al otro, del valor al pánico, de la exaltación a la apatía, de la lealtad a la traición, Caín y Abel en una misma alma…” (Sor Juana Inés de La Cruz o Las trampas de la fe. Octavio Paz. Editorial Seix Barral. España. 1982. Pág.53)

Por supuesto, el mestizaje triunfó; ahora la mayoría somos mestizos. Pero es duro ser el tátara-tátara-nieto de la ilegitimidad, y es fácil odiarse. Quizás por eso, inseguros de nosotros mismos, hemos encontrado la forma de reconocernos mejor, al ocultarnos. Quizás por eso, andamos todos contentos y enmascarados, porque en el fondo sabemos que Caín es una máscara y Abel también.

Todo se ha ido al carajo; pero hoy, al menos, tenemos la máscara.

Bogotá, 11 de junio de 2020.